EL LENGUAJE COMO REFLEJO DE LA INJUSTICIA


Todos tuvimos una infancia, alguna vez la recordamos, yo siempre. Nací en los años setentas, en la casa más hermosa de mi barrio y tuve la crianza de un abuelo penetrado por El lago de los cisnes de Tchaikovski,  Balada de Otoño de Serrat y novelas españolas de corte naturalista, ninguna de estas tres cosas son fáciles de olvidar, porque todas y cada una le dieron sentido a mi vida. La Barraca de Vicente Blasco Ibáñez es una novela de finales del siglo XIX que mi abuelo me regaló cuando tenía 7 años, con dos intenciones que puedo perfectamente repetir: incitarme el hábito de la lectura y saber valorar mi vida de privilegio, ambas fueron detonantes para mi siempre apasionado temperamento.

Lo anterior no divaga ante las intenciones de esta crítica, porque cuando repito la experiencia de disfrutar de la fascinante Los Olvidados de Luis Buñuel,  no dejo de recordar La Barraca libro simbólico de mi infancia ¿por qué pasa esto? creo que tengo respuestas: la temática de la pobreza que atraviesa ambas obras, llenas de aristas como:  la desolación, el hambre, el desamparo, la fealdad, lo insalubre y sobre todo el rechazo, discriminación y aislamiento al que los desprotegidos siempre son sentenciados, han dolido en la visión artística de los elegidos de talento, casi sustancialmente, para denunciar.

La película de Buñuel, que es también la de muchos: la literatura de Alcoriza, los personajes perfectamente construidos y sobre todo la sustancial metáfora de la fotografía de Figueroa va mas allá de lo denunciable, no solo es un instrumento histórico, no solo documentaliza un México que también es esencial, hace del lenguaje de las imágenes una conexión con el lenguaje de las palabras,  intentando trascender el ámbito del espectador, estos lenguajes atraviesan la película denotando constantemente lo categórico de la injusticia. A veces, la imagen es suficiente para entender las emociones, porque la imagen interviene en nuestra psique cuando esta se nos presenta en sus facetas gestuales, mímica profunda o núcleo de los multisignificados. Un  ejemplo de lo que la imagen es cuando es metáfora dentro de la película en cuestión, sería básicamente en el momento,  en que el sueño, dígase pesadilla, emanado del cuerpo de Pedro traduce una escena cargada de imágenes amparadas en el surrealismo, síntoma perenne en la médula existencial de Buñuel. De esto se puede extraer que: cuando las imágenes sustituyen a las palabras no dejan de comunicar una construcción sintáctica, por ejemplo:

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Cabe o es igual a ¿qué es primero, mi madre o yo?  O ¿Cómo construyo el amor de mi madre hacia mí?

La gallina es un signo femenino, sometimiento de fertilidad que produce el huevo, que en sí mismo es metáfora de lo primero, aquí, en Los Olvidados,  metáfora de la madre que es génesis del amor, y el amor, aunque no es de forma implícita, es de lo que trata Los Olvidados, porque el amor es una forma de injusticia puesto que existe una constante búsqueda de él y una imposibilidad con su encuentro. Esta construcción nos permite la cercanía a lo que esas proyecciones nos provocan, las imágenes son moldeadas por las palabras, y las palabras moldean imágenes, creo que a esto le apuesta Buñuel y por eso logra una obra de arte.

La película está envuelta en muchas formas de injusticia,  siempre remitiéndose  a ambas representaciones del lenguaje cinematográfico mencionados, unas veces recurre a la violencia contra los indefensos, por ejemplo,  en cuanto al lenguaje visual lo podemos observar en: el ciego contra el niño, la pandilla contra el inválido, Jaibo atacando por la espalda a Julián, la madre que no le cree a su hijo que no ha robado, atacar a un hombre ciego y robarle etc. Pero estas imágenes atravesadas por la coherencia de una historia, a veces son superadas por el lenguaje de las palabras, las palabras llevan en peso otra manera de conectarse con el espectador, provocando en él, reflexiones también vinculadas con la idea de injusticia, vale la pena mencionar dos ejemplos contundentes, uno expresado por Pedro y otro por el director de la granja: el primero dice: “ no soy bueno, pero yo no robé el cuchillo” y el segundo declama: “no hay peor enemigo que la miseria”, cuando se dicen ambas frases, toda imagen secundada del entorno,  deja de tener relevancia,  y adquiere la frase misma en la voz del personaje una forma de sublimidad.

El cine como modo de expresión admite correspondencia entre diferentes lenguajes, como menciono, a veces, las imágenes repletas de palabras o situaciones están en relación con lo que se describe, otras la imagen supera a la palabra, como otras la palabra toma jerarquía, todo esto sucede en la película de Buñuel siempre en entera analogía con el espectador,  denotando  vínculos con lo que alguna vez dijo Sánchez Vázquez[1]: “El sentimiento de lo sublime se despierta en la relación entre la grandiosidad e infinitud de un fenómeno y las limitadas fuerzas humanas, o cuando estas alcanzan un poder que sobrepasa desmesuradamente lo cotidiano o normal”. ¿Quien le puede negar lo sublime a Los Olvidados? y mucho menos cuando imagen y palabras,  nos llevan a este juego semántico,  que Buñuel inmortaliza para mi entera satisfacción,  colocando  el concepto de La Llorona en el personaje del borracho que pena por las calles,  pidiendo justicia por la muerte de su hijo,  así como Batiste, este emblemático personaje de La Barraca penó cuando su pequeño hijo fue asesinado por otros niños. La injusticia atraviesa a Los Olvidados, y las coincidencias con obras literarias como La Barraca, así como lo veo,  no son del todo fortuitas, Buñuel también estuvo permeado de ese naturalismo literario español y de la injusticias también vividas en su propia tierra.  Los Olvidados trata de un universo urbano marginal del México del siglo pasado que no deja de ser el mismo, por eso es una obra visionaria, los que hemos olvidado debemos aprender a recordar, que todo sigue siendo igual, y no hemos hecho nada al respecto.



[1] Sánchez Vázquez, Adolfo, 2007, Invitación a la Estética, De Bolsillo, México. P. 208

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