FELICIANO

BÉJAR

LUPAS DE LUZ

Algunos piensan que Feliciano Béjar, un michoacano nacido en Jiquilpan en 1920 murió a los 86 años,  y murió en definitiva,  y es porque no poseen ni la menor idea de lo que su obra ha potencializado el arte en México. Sus búsquedas siempre fueron señal inequívoca de novedosas estéticas, y su arte fue tan democrático que encontró el verdadero sentido de la belleza. Lo Bello, cualidad superior de encuentro perceptivo estético es en su obra una distinción de engranaje con el espectador que sacude las más frías entrañas.

Sus magiscopios, como bien dijo Raquel Tibol,  y me atrevo a parafrasearla porque comparto su visión,  son una aportación que no solo fue la más importante de su quehacer,  sino de las elaboraciones creativas más sorprendentes del universo de la plástica moderna mexicana. Alguna vez escuché que estas obras,  como espejos de ilusión,  eran la manera en que Béjar recolectaba soles.

Feliciano, quien hizo honor a su nombre, fue absolutamente autodidacta, pero eso no lo limitó a incursionar en varias disciplinas artísticas. Pasó por etapas que denotaron después un considerable oficio, como el dibujo, el grabado y la pintura. Este camino lo arrastró hacia el inevitable recurso de la escultura, quien se adueñó de su considerable talento. Béjar, un personaje atrevido, voluntarioso, creó antes que muchos ahora, esculturas con materiales de desecho. Pero se dice, no con sarcasmo, sino como característica de personalidad como artista,  que para él era una pérdida de tiempo bocetear, las ideas eran el único recurso válido para comenzar una escultura, la mayoría de las veces tardaba demasiado tiempo en terminarla, incluso, podía perdurar veinte años en alguna.

Béjar trabajó incesantemente, por eso su obra es extensa, pero por motivos de su sistema de trabajo, la mayoría de las obras con las que uno podía toparse en su taller, estaban empezadas pero no terminadas. Y no era tampoco un motivo el que de niño hubiese padecido poliomielitis, porque Feliciano trabajaba sentado en el piso, con una pierna doblada abajo, era su desordenado sistema, el que incluso hacia que muchos limitaran su entrada a su taller, porque las obras se confundían con la basura y uno podía pisar alguna obra de arte sin saberlo.

Tenía 15 años y ya trabajaba con materiales que se iba encontrando a su paso, pero también fue cuando conoció a José Clemente Orozco, tuvo la suerte de que el gran muralista estuviese pintando el mural de la biblioteca de Jiquilpan, estamos hablando del año 1940, cuando por encargo del entonces aun Presidente de la República Lázaro Cárdenas del Río realiza el Mural “Alegoría de México”,  justamente en los interiores de la Biblioteca Pública Municipal “Gabino Ortiz” de la citada ciudad.  De Orozco aprendió muchas cosas, pero una fundamental, ese de que el arte debía estar al servicio de la sociedad.

Este asunto de dedicarse al arte no era algo del todo previsto por Béjar, porque antes de que el pintor inglés Arthur Ewart,  le estimulará,  para que se dedicara a la pintura una vez que conoció sus capacidades, recorrió mundo como vendedor de telas, lavaplatos y hasta elevadorista, en ciudades como Nueva York. No tardó en decidirse, bien hizo, en 1947 regresa a México, y para el año siguiente realiza su primera exposición individual en la Ward Eggleston Gallery, de Nueva York. Decidió ir a Europa, visitar museos, observar a los maestros y recorrer en bicicleta el continente, así que expuso en México hasta 1950 que fue cuando regresó con una carga sustancial de pinturas y acuarelas que fueron muy bien recibidas.

El inquieto Béjar viaja a París en 1956, donde no solo pintó sino que trabajaría como extra de cine y locutor de radio. Este encuentro de nuevo con Europa fue fructífero,  porque allí descubre un elemento en sus obras que no había  notado, eran unas luces que se asomaban como pequeños soles.  Y en México le dedicó especial interés a este resurgimiento que escapó de sus lienzos y maderas,  para volverse magiscopios. Los magiscopios son instrumentos de acero reciclado condensados con lentes, Jorge Hernández Campos[1] los llamaría así alguna vez y tal bautizo ha quedado para siempre.

Estas obras, preferidas no mías sino de todos sin lugar a dudas, cuando se exhibieron en 1966 en Bellas Artes, abrió una generación de escultores que rompieron moldes tradicionalistas, y Béjar incita a dos cosas significativas dentro del arte: su carácter lúdico y su función social, una y otra van de la mano en los magiscopios. Raquel Tibol ha explicado que la aportación más llamativa de Feliciano Béjar fue, precisamente, el uso de cristales tratados como lentes que distorsionan las imágenes, los magiscopios, ''pero también fue muy acertado en el manejo de la escultura en madera”[2], aclara.

 En 1993, alguien creyó que Feliciano Béjar se había vuelto loco, la tensión en esos años lo llevó a comportamientos que socialmente le fueron reprimidos y en contra de su voluntad lo confinaron en un manicomio, aunque durante muchos años había presentado manifestaciones inquietantes en cuanto a su salud mental, eso lo llevó, en algunas ocasiones,  a tratamientos,  que desde su perspectiva condujeron a criticar fuertemente el sistema psiquiátrico en México, porque sostiene la idea de la tortura y no la de la fortaleza del individuo ¿Qué tan loco estamos? No lo sé, los medidores sociales son inexactos, no confío en ellos, quisiera haber estado lo mitad de loca que estaba Béjar, si con ello hubiese yo inventado los magiscopios. A lo mejor enloqueció un poquito más de lo debido, cuando en 1981 una inundación en su casa hizo que toda su obra,  recurrida allí,  se perdiera, yo también hubiese enloquecido, no más de pensar,  que pudiera perderse el hermoso papel que registra el bautizo de mi abuelo,  colgado de la pared sur de mi casa, no más de pensarlo, me hubieran hasta deportado del estado de locura en la que me sumiría, así que entiendo a Béjar si es que este fue el motivo.

Si sabemos de Béjar se lo debemos en parte a Martin Foley quien es su biógrafo, su compañero y amigo, lo acompañó casi toda su vida y lo cuidó sobremanera, sabe de Béjar lo que ni Béjar sabía, en la actualidad es el apoderado de su obra y los libros, conferencias y platicas de todo tipo  que ha realizado,  han permitido que la figura del artista se coloque en su debido sitio y que de alguna manera también hayamos podido disfrutar de su misma obra con mucho más frecuencia.  En enero del 2009 logró crear en la ciudad natal del pintor una centro cultural-museo en la planta baja de lo que fue la casa de Feliciano Béjar, donde también se muestran obras dadas en comodato por el mismo Foley, así como artesanías de todo el país, las intenciones se relacionan con los gustos personales del pintor en vida, quien alentaba exposiciones de artistas jóvenes y le agradaban las muestras de folclor, sería interesante visitar el sitio y saber si ha cumplido en verdad con la intención de Martin de convertirse en un centro verdaderamente activo. Teresa del Conde,  ante el fallecimiento en el 2007 del pintor, daría una entrevista al periódico La Jornada, en donde ha  dicho que a pesar de haber tenido Feliciano algunas contrariedades durante su existencia, “estas fueron solventadas sobre todo por la estupenda compañía de Martín, su compañero, Feliciano tuvo una vida rica, saludable y muy creativa. Sus magiscopios han sido copiados y reproducidos, tuvieron éxito, en general, alcanzaron mucho consenso. También como grabador y pintor realizó labores encomiables y hasta como ecologista defendió las zonas donde vivía a capa y espada, y ayudó a muchísima gente".

Finalmente lo que importa y lo digo en serio, es que Michoacán no tiene a  Feliciano donde debe, un grande, un hombre que no tuvo miseria de talento, sino un desbordante quehacer ilustrativo de lo que es lo fecundo, lo que genera la verdad, incluso mi verdad, porque cuando uno mira obras de Béjar sabe porque estudia Historia del Arte. Ojala algún día exista un espacio superior, magno para una figura como Feliciano Béjar dentro de la fisonomía de este Estado, un hombre que pasó de pintar paisajes jiquilpianos para encontrar a través de los viajes múltiples de su vida una nueva manera de mirar y comprender la luz.









JESÚS

ESCALERA

EL PINTOR DE LA BRUMA






Jesús Escalera nació en 1933 en Peribán de Ramos, una comunidad cercana a San Juan Nuevo Parangaricutiro. Chucho, como le decían de forma coloquial siempre tuvo la necesidad del arte como afán de encuentro con el mismo, regalo fundamental de su infancia donde encontró de distintas formas su pasión por el arte,  aquel que nace en un pueblo tiene la emoción de la naturaleza frente a sí, nubes y lejanía, arcoíris y lluvia, formas abstractas de los árboles y toda su estructura , la tierra que puede moldearse como masa de tortillas y la temprana edad de los juguetes tradicionales que  lo insertaron en una  avidez de buscar consciente  e inconscientemente un estilo propio. El rostro de su obra es una faz distintiva, porque Escalera no solo encontró ese modo de hacer individual, sino que se esmeró en conservarlo.

Nadie puede negarle al quehacer artístico su contexto histórico, nacido en el primer tercio del siglo XX, Escalera estuvo inmerso en ambientes ideológicos de izquierda, donde tanto el TGP como el muralismo distribuyeron alcances de pertenencia que fueron en él sustanciales. Michoacano además, con vínculos a la obra de Zalce, con reminiscencias a alcances educativos de primer nivel, gracias a generaciones formadas en reformas a la educación, con mentalidades cardenistas y compañeros que apoyaban causas latinoamericanas, todo eso, en Chucho Escalera fueron donaciones a su quehacer artístico.

También le correspondieron rupturas y conceptos, fisonomías populares, folclor y ancestros. Su obra es la síntesis de ello y formalmente alcanzan tanto geometrías como una fuerza cromática que la misma experimentación lo llevaron a los mas perpetuos limites, por eso su obra, al menos la pictórica, tiene sensaciones de infinitud. Escalera es considerado como un artista interdisciplinario, versátil, muchos que lo visitaban podían constatar su facilidad para inventar objetos de índole doméstico,  lo mismo abordó el tema de la escenografía para teatro hasta murales donde combinó con éxito la pintura y el mosaico de cerámica, basta observar el panel central del mural ubicado en el Supremo Tribunal de Justicia de Michoacán, última pieza de su vida artística y de su vida terrenal, donde se aprecia y es reconocible la mano del maestro Escalera.

 En 1960, realiza su primera exposición en el Museo Michoacano, a partir de esto participaría en disimiles muestras individuales y colectivas, tanto en Michoacán, como el Distrito Federal, Estado de México, Jalisco, Veracruz, países como Honduras. Muchas de sus obras son parte de colecciones particulares de México, Estados Unidos, Canadá y Europa. De forma más reciente, en el 2006, fue parte de una exposición efectuada en Los Ángeles, California, Escalera mostró su obra junto a la de Felipe Castañeda, Francisco Rodríguez Oñate, Luis Palomares y José l. Soto González, bajo el nombre de “Cinco Maestros Michoacanos”, organizada por la Secretaría de Cultura.

Esta experimentación constante, producto de su inquieta personalidad, permite descubrir una manera eficiente de uso del óleo, donde antes de que las figuras sean lo que son, o sean lo que quieren ser se corta el aceite a manera de vida dentro de un cuadro de agua, que sugiere siempre una metáfora distinta de la realidad. El maestro Escalera muchas veces mencionó que las cualidades que debe reunir un artista plástico son: conocer el oficio, ser creativo, que su obra tenga un fondo, que esta exprese un sentimiento y proyecte sensaciones al espectador[3]. Su obra divaga en tiempos inapresables, no cuenta historias individuales, sino colectivas, incluso universales, porque sus seres se plasman como indiferentes a una época especifica, por eso los despoja de telas que figuren un tiempo, porque el tiempo no le importa a Escalera, le interesa sugerir un gesto, actitud, la muestra simple de la carne.  A diferencia de Zalce, Escalera no traduce el comportamiento de lo regional  como espejo, sino que, sus personajes, regionales también,  aparecen como alegorías.

Morir, acto planetario, naturaleza de las cosas, fue también un recorrido que le tocó al maestro Escalera hacer el 3 de agosto del 2009,  el artista fue acreedor del Premio Estatal de las Artes Eréndira en vida, estudió Artes Plásticas en la Escuela Popular de Bellas Artes en la UMSNH, donde también ejercería como director.  Cabe destacar que hasta ahora no ha sido olvidado, en el 2010, el Clavijero planteó una exposición en su honor donde se exhibieron 50 piezas entre pintura y escultura que mostraron diferentes etapas de su fecunda carrera, también,  el 12 de julio del 2011 en la Sala de Patrimonio de la Casa de la Cultura de Morelia, fue inaugurada una expo de varios artistas que le ofrecieron un homenaje póstumo.

































RAÚL

GARCÍA

CANTARES DE IDEOLOGÍA







Raúl García García, nació el 17 de octubre de 1936, en la Ciudad de Morelia, y sus inclinaciones estuvieron vinculadas más hacia el trabajo de la escultura, con preferencias al trabajo en barro, que acrecentó para los años noventas, en fechas en las que había tomado la opción de jubilarse como maestro de la Universidad Michoacana. Entre 1985 y 1989 dirigió la Escuela Popular de Bellas Artes, durante su acción directiva y acción política  inició el proceso de elevación a la categoría de licenciatura en arte dentro de dicha institución, que finalmente se logró en 1996. El legado de la obra de García a un nivel altamente expresivo, se entrelazó con lo cotidiano, eso que forma parte del entorno, y la reflexión de él, sus fuertes convicciones ideológicas, de constante lucha social, sus proclamas izquierdistas y nacionalistas se observan en su trabajo a través del síntoma de lo mexicano, más que eso, un aroma popular duradero y profundo.

Las artes plásticas le pertenecieron como abrazo femenino, al punto de que dejó trunca la carrera de Bachillerato en  arquitectura en la Universidad de Guanajuato para unirse a la Universidad Michoacana en ese rubro. Fue un alumno destacado, sus participaciones como artista abarcaron exposiciones importantes dentro y fuera de México. Etapas de carencias económicas, se dice que hasta precarias,  hicieron de su personalidad una confluencia de apasionado temperamento que terminó reflejándose en su labor tanto como académico, como en lo ideológico dando finalmente un reflejo de ello en sus obras artísticas. El apoyo de Alfredo Zalce durante estas etapas se conjugó para conformar el entorno de su arte.

A partir de 1964 fue maestro de escultura dentro de la Escuela Popular de Bellas Artes, en 1965, siendo Rector Alberto Bremauntz, la Universidad Michoacana obsequia a la República de Cuba una estatua en granito de Emiliano Zapata, de 2.2 metros de altura, realizada por encomienda al artista en cuestión, dando un homenaje simbólico de dicha Universidad al pueblo cubano, esta escultura se encontraba en El Parque de las Américas en el Reparto Residencial Miramar de La Habana, Cuba.

Hay artistas que experimentan para provocar nuevos resultados, pero la experimentación también tiene su aspecto investigativo, en ese sentido, la obra del maestro Raúl García conmueve, porque revalora las técnicas tradicionales, aquello que deja atrás, no es un,  ni se debe convertir en algo superado, porque las cosas, son hijos de alguien o de algo, ser uno mismo no es resultado de una nada, sino de un convencimiento conglomerado de posibilidades de ser antes y después. García utilizó el bruñido en el barro, los engobes que recordemos que son pigmentos mezclados con la tierra para colorear en crudo, ahumaba las piezas buscando ennegrecerlas, ahuecaba las obras para que dentro del horno, desde un principio,  consiguieran un cocimiento a manera de comida gourmet. Por eso sus obras tienen ese aspecto especial, que saben a prehispánico y saben a García. Si esto no es nuevo, ¿qué lo es entonces?

Estas recuperaciones alentaron una obra, que en base a reminiscencias,  provocaron distintas concepciones temáticas, donde podemos observar el concepto de la muerte, casi todo el tiempo en un argumento llamado máscara, que alguna vez nos recuerdan las de Tlatilco, en ese preclásico mesoamericano,  donde ya lo dijeron  tanto Westheim como Gendrop, aparece palpable la vida y la muerte figurada metafóricamente sobre mascaras de barro. García sabe de esto, porque fue a su manera, la manera de los autodidactas,  un recopilador de piezas prehispánicas,  que como arqueólogo apasionado reunía de los yacimientos y los restauraba, esta forma de ser un aficionado no es para nada un vinculo con lo improvisado, en él fue sugerencia de aliento creativo y de constante investigación, gracias a eso, muchas piezas fueron recuperadas a través de sus manos,  y también provocaron el juego eterno de los motivos prehispánicos que después reinterpretaba en sus obras, también hacía constantemente ensayos con el barro y engobes para concebir nuevas posibilidades.

Su obra sabe a eso que es Lo Sagrado, no es una obra religiosa, es una obra mística, con manejo de oficio y virtud de apropiaciones personales. Se encuentra el gusto por lo imaginario, por mujeres maternizadas, por lo primitivo que es modo de Venus, esas que en algunas tribus africanas son adoradas porque poseen la virtud de la esteatopigia, una mujer que ostente caderas amplias y voluptuosos glúteos es cadencia de una salud perfecta y de la imagen palpitada de fertilidad, de esas se nutre la obra de Raúl García y de las del neolítico, como vuelta siempre al atrás mágico que es verdad en su arte. Las culturas de occidente y nuevamente Tlatilco, así como somero recuerdo en Mesoamérica,  resumieron lo sagrado en un mundo fáunico que ha despertado la totalidad del asombro, porque la naturaleza y el misterioso rumbo de la muerte causaron la compañía de los animales terrenales, que también eran y pertenecían al mundo de lo sublime, rehabilita García esta imagen y su obra se preña de perros acompañantes de entierros y jaguares que atraviesan todo el mundo mesoamericano para seguir atravesando el tiempo mismo del tiempo-ahora.

Su pintura la tenemos que observar con cuidado, porque esta,  en su quehacer,  se inserta en lo marginal, por su poca producción, sin embargo, es , y lo es en definitiva,  una obra que se asume a sí misma, cotidiana e ideológica, y no sería extraño, a sabiendas de sus compromisos personales y políticos.  Aunque el tema de la mujer, la mujer sencilla que comparte el espacio,  que casi siempre será el del calor de la cocina, en contraparte, los hombres de García, son como Zapata, los hombres luchan afuera, donde es el mundo de los hombres, tal vez su obra pictórica es un modo de decir quién es, su pensamiento y como piensa que están las cosas.

Era un artista inquieto pero no ostentoso, de esos que hablan lo necesario, pocas palabras, pero dichas con sentido de transcendencia. Disfrutaba a la manera de los sublimes, sus obras tienen el grosor de sus manos y de su voz y amó incesantemente todo lo que amó. La mayoría de sus exposiciones fueron en casi todos los estados de México, tuvo participación en  muestras colectivas itinerantes en varios países de Europa. Existen esculturas de su autoría, no solo en Cuba, como ya hemos mencionado, sino en sitios como Lázaro Cárdenas, Puerto Vallarta, Puruarán y Tavera. Y su labor investigativa lo condujo a caminos de la escritura, antes de fallecer logró la conformación de un libro sobre la alfarería votiva de los Tarascos, esta obra, de características singulares y sobre todo que abarca un estudio sobre la cultura tarasca y su extensión en Mesoamérica, algo no realizado con este nivel de profundidad anteriormente. Sumándole que el artista realiza de su propia mano las ilustraciones y los dibujos de su libro, dándole un acabado integral, convirtiéndose en una  joya en todos los sentidos. Es notable que un artista plástico háyase demostrado coherencia entre su discurso artístico y sus ideas, y que sea un michoacano, hablando sobre las raíces de su propio pueblo, algo que no sucede generalmente.

Martin Tavira Uriostegui, maestro insigne de la Universidad Michoacana, además que amigo del Maestro García siendo presentador y corrector de estilo de este libro que se editara póstumamente dijo durante la XXXI Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería que Raúl García,   “sembró de esculturas el paisaje mexicano, dentro y fuera de Michoacán, en comunidades, plazas de pueblos y ciudades así como dentro de edificios públicos. Por sus manos creadoras pasaron las figuras de personajes como Lázaro Cárdenas, Emiliano Zapata o José Martí”. También dijo Tavira Uriostegui, que el Maestro había concebido a José Martí, parafraseándolo,  “este héroe-artista y artista-héroe cubano”  un busto para conmemorar el siglo y medio de su nacimiento, que lo podemos visitar  en el Centro Cultural  Universitario  de Morelia. Esta obra fue una donación del propio artista, el maestro García se negó rotundamente a recibir alguna estimación monetaria por su trabajo, lo que habla  una vez más de sus verdaderas convicciones ideológicas.

En las palabras del maestro Tavira, quien mejor que él para conocerlo, o al menos para interpretarlo, amigos no solo en afinidad emocional sino de luchas políticas y de realidades sociales, en sus palabras, repito, se encuentran esencias de lo que su obra es en definitiva, para el maestro Tavira, García supo encontrar “la belleza de la simplicidad de las formas”[4] , así como a bien, y vuelvo a parafrasear, a la manera de decir de Paul Westheim la “concepción dinámica del mundo”[5]. García, como también comenta el maestro Tavira Uriostegui “vio en la cerámica un documento fiel para entender la cronología y la secuencia no tan solo de la cultura tarasca, sino de todo el mosaico de Mesoamérica, por eso se adentró en la teoría y la práctica de la arqueología mexicana”[6]. Y por eso, digo yo, su obra tiene ese aire de un pasado que es él mismo en otro tiempo.























FRANCISCO RODRÍGUEZ OÑATE

LO QUE NACE DE LA TIERRA











Francisco Rodríguez Oñate nació en la Ciudad de Morelia en 1940, sus estudios los realizó en la Escuela Popular de Bellas Artes, sus maestros fueron los pintores Alfredo Zalce, Roberto Martínez y Javier Arévalo. La exposición de su obra comenzó desde los años sesentas, manera individual y colectiva, tanto dentro de México como en el extranjero, sobre todo en los Estados Unidos, en ciudades como San Francisco, Chicago, San Antonio, Alburquerque y Santa Fe. Su labor también ha estado relacionada con la promoción de Museos y la dirección de los mismos, siendo un activo dentro del desarrollo cultural del Estado, compromiso que hace referencia a su inclinación hacia el arte como función social.

Su obra es sustancialmente propositiva en cuanto al uso de símbolos con carácter prehispánico que siluetean un colorido primitivista, a manera de rasgos Naif, lo que en él es una completa intencionalidad de acercamiento con la cultura popular, rasgo que se evidencia en la factura temática y formal de su trabajo, el mismo menciona que (2000): “ […] las floras, los bestiarios, los frutos de la tierra, máscaras, indumentarias, soles y lunas nos pertenecen; debemos sacarlos del silencio del tiempo y de los sueños.” (46).

 Consolida Oñate el quehacer plástico con la investigación, rescatando tradiciones y hablando de ellas, tal es el caso del libro sobre el juguete mexicano que tuvo a bien realizar, y que fue presentado en Palacio de Minería durante la feria del libro numero XXXI. Oñate realizó dibujos inspirados en esta sutil tradición mexicana del juguete y con sus aportes investigativos y ayuda de especialistas en arte logra un libro valioso y singular, que lo colocan una vez más como un artífice de compromisos éticos como pocos dentro del mundo del arte, donde no siempre se conjugan las ideas con la coherencia de los actos. Él mismo ha hecho referencia durante una de sus exposiciones en el centro cultural universitario en enero del 2011  (parafraseo)  que su arte suena a sonidos de caracoles, sonidos agudos de aquellos que serian instrumentos de música prehispánicos, lejanos sonidos que llaman a los dioses, una necesidad de reencuentro con el pasado o con el anhelo de conservarlo es lo que Oñate realza en el trasfondo de su plástica.













ENRIQUE

ORTEGA

LA TEXTURA INTERIOR







Enrique Ortega Espino nació un 14 de octubre de 1953 en el Distrito Federal, pero su niñez estuvo vivida dentro de la ciudad de Jiquilpan, Michoacán, lo que a pesar de los pesares lo ubican como pintor michoacano, además de que su obra es realizada dentro de este que es su Estado sin lugar a dudas[7].  Sus estudios los realizó en la Escuela Popular de Bellas Artes de la ciudad de Morelia y en la Escuela Nacional de Pintura y Escultura “La Esmeralda” en el Distrito Federal, aunado al estudio de licenciatura en Artes Visuales en la Universidad de Guadalajara. Su actividad artística ha sido prolífica, sería ocioso, y no porque no sea importante, mencionar todas las exposiciones que desde 1980 ha venido realizando y participando, porque estas rebasarían cuartillas enteras. A él le debemos que el arte contemporáneo michoacano luzca con denotable talento, sus obras, expuestas o en colecciones no solo han sido parte del universo regional, sino nacional e internacional.

Más allá de lo anterior, la obra del Maestro Ortega ha sido a la par de él mismo distinguida con Premios, esto si lo mencionaré, refiriéndome a algunos: Premio de Adquisición y mención honorifica en el Encuentro Estatal de Paisaje,  Morelia, Michoacán (1988 y 1990), Premio de Adquisición en la V Bienal Nacional Rufino Tamayo, en Oaxaca, Oaxaca y también ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes.

La obra de Enrique Ortega tiene un dejo de oscurantismo, que permite una sobrevivencia de estados oníricos en los que muchas veces rescata entes que violentan el lienzo o son esculpidos o tallados cuando su encuentro es escultórico, estos seres parecen nacer de rugosas paredes, como actos chamánicos, la mayoría de sus obras detectan lúdicamente personajes que parecen habitar en el mundo de los sueños, como actitudes surrealistas permeadas de la soberanía expresionista. Saberes aunados, son saberes mostrados a través del color que aunque muchas veces son discretos asomos de luz, son siempre colores que la tierra posee cuando la tierra es humedecida por la lluvia.

La obra de Ortega es jugosa, sabe colgarse en las paredes y sabe esconderse en la memoria, se coloca sobre una superficie cuando escultura es siendo siempre distinta,  en sus palabras se asienta lo que digo (2000): “[…] hay que esperar un proceso de maduración para hacer algo que quizá contenga un cambio, forzarlo es hacer algo falso y no quisiera tratar de pintar por pintar, entonces en este momento trabajo la escultura. La escultura me está dando mucho y siempre me ha gustado” (73).  Todas ellas se encuentran en el límite perfecto del buen oficio y la emoción más pura, saben a lo discreto y a lo atrevido, hablan de equilibrios que no necesitan del volumen de las formas, sino de las texturas como signos de lenguaje visual, que hacen innecesaria lecturas completas, porque es una obra de afinado lirismo poético que se suma al concepto de lo infinito.

Cada exposición donde uno se encuentra, cuando Ortega aparece con sus formas indistintas,  causa una percepción,  que estéticamente hablando,  supera el estado categórico de la sublimidad,  para pertenecer a lo inusual y a un desgarre permanente de saber que frente a un Ortega se está, sin que esto se pueda remediar. Cuando un artista logra encadenarse a una esencia, cuando permite que el otro reconozca que está allí, puede descansar en su alma porque ha conseguido insertarse en la historia. Pocos tenemos eso que llamamos estilo propio, lástima que los mediocres no aceptan, sin que resulte brutal lo que digo. Enrique Ortega encontró el mejor camino de su vida, supo que tenía que ser lo que es, y lo demuestra cada día, porque los creadores no son uno solo, pero son en una sola cosa que los hace únicos, eso es Enrique, eso es su obra, una unicidad de una voz integra y talentosa.









RAFAEL

FLORES

LOS CUERPOS DEL HAMBRE







Rafael Flores Correa, nació en Ciudad Hidalgo, Michoacán, en 1954. Es licenciado en Artes Visuales en la Academia de San Carlos, de la Unam.  Tiene un amplio curriculum, que incluye exposiciones individuales y colectivas en México y en el extranjero, participa activamente como profesor de arte, muralista, ilustrador de ediciones culturales, así como en el ejercicio conferencista en varias universidades y centros de enseñanza artística tanto en México como en Estados Unidos.

Su obra se interesa en la figura humana, viva o muerta, pero siempre es la figura pulcra que nace como un ser de luz, que asombra estéticamente, su obra es impávida y por tanto produce impavidez, casi lamento inconsciente de lo onírico surreal copada de un realismo crudo y enternecedor a la vez, donde el hacer hace muestra de su indiscutible oficio, talento y pureza de estilo, nada está de más, la composición es exacta, su dibujo fino denota un desemboco alucinado, que raya en magia colorida, confrontación cromática junto al juego de las formas quebradas y curvas que hacen realismo pesado, torcido y poético simultáneamente.

Transparencias de las que emergen cuerpos simulados, volúmenes transmisores de un encuentro que mas que sexo es asexuado, no es erótico es discreto, solo parte de la imagen que habita en los sueños, en ese estadío de deseo que son nuestras lúdicas perversiones. Cuando habla la obra de Flores habla lo reprimido, parte de preguntas sospechosas sobre nuestra relación dentro de la sociedad. Una obra que propone a conciencia una serie de inmediatos y fríos reflejos de la razón junto a un intrínseco inconsciente que aunque escapa se mantiene infértil ante nuestros ojos.

Flores se pinta  a sí mismo, como parte integral y desintegrada de un todo maquiavélico que es la sociedad de su entorno, que juzga intolerable las formas de ser distintas, diferentes, distintivas, sobresalientes, soberanas, solidarias, sedientas, propositivas, creativas y demacra a la manera de la realidad un ser humano dual que busca un sentido de pertenencia.



REFERENCIAS

·         ---------------------- julio/agosto 2009 edición bimestral, Revista Resumen, pintores y pintura mexicana, Promoción de arte mexicano, México

·         C:\Users\OEM\Pictures\10° Festival Cultural de Mayo 2007.htm

·         C:\Users\OEM\Pictures\Detalle de comunicado.htm

·         Entrevista realizada a Raúl García Rodríguez hijo del fallecido escultor Raúl García García el día 18 de marzo del 2012

·         ----------------------2001, Jesús Escalera, Hallazgos de la Vista, 1951-2001, Instituto Michoacano de Cultura, Morelia, Michoacán, México

·         García, García, Raúl 2009, La Alfarería Votiva de los Tarascos, Secretaría de Cultura de Michoacán, Morelia, Michoacán, México

·         Ceja Bravo, L. Armando (2000), Pintores Michoacanos Contemporáneos, Colores y Trazos, Universidad Vasco de Quiroga e Instituto Michoacano de Cultura, Morelia, Michoacán, México.

·         ----------------------- 2008, Feliciano Béjar, Una Poética de la Naturaleza, Gobierno del Estado de Michoacán, PROART, Centro Cultural Clavijero, Morelia, Michoacán, México







[1] Poeta, periodista, narrador y traductor originario de Guadalajara, Jalisco (1921). Estudió contaduría y filosofía en la UNAM; pintura en la Academia de San Carlos; filosofía hispánica en El Colegio de México, donde fue becario de 1948 a 1951, e historia del arte, en Roma.
[2] Tomado de la entrevista realizada a la crítica de arte por el periódico La Jornada ante el fallecimiento en el 2007 de  Feliciano Béjar.
[3] ----------------------2001, Jesús Escalera, Hallazgos de la Vista, 1951-2001, Instituto Michoacano de Cultura, Morelia, Michoacán, México. P.45

[4] García, García, Raúl 2009, La Alfarería Votiva de los Tarascos, Secretaría de Cultura de Michoacán, Morelia, Michoacán, México


[5] Ídem.

[6] Ibídem.
[7] Información obtenida en entrevista telefónica a la esposa del artista Lic. en Historia del Arte Marisel Vázquez Concepción, el día 16 de marzo del 2012, en la Ciudad de Morelia, Mich.

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