¡A GRITOS HA TENIDO QUE SER!
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MAYTE ACOSTA

No cabe duda, nos hemos esforzado, digo que nos hemos esforzado los latinoamericanos en establecernos desde la coerción de diferencia, desde nuestras limitaciones impuestas, para referir, en algunos momentos: nuestra clara mirada ajena de inferioridad, nuestra clara imagen de superioridad o nuestra sumisión, o la posibilidad de ser algo distinto,  o eso que es distinto pero integrador. Hemos hecho todo para colocarnos en el mundo que se ha dedicado a señalarnos o a ignorarnos, a veces a invadirnos, otras a saquearnos. Muchas veces seguimos siendo meta-históricos, esta manera de pensamiento que asocia nuestra vida con la idea de destino, ¡oh destino americano de sometimiento! Un destino divino, inviolable, acatable, posible y prudente para nosotros, los tristes acarreados de la peor mescolanza con el mejor resultado: blancos, indios, negros, y uno que otro chino, bien chino, casi pirata.

Defensas históricas hemos tenido, bendita cosa que nos ha llamado: raza de bronce, mulatos, jabados, amerindios, americanos, latinos, latinoamericanos. Defensas literarias en novelas, poemas, ensayos, discursos. Cada uno de ellos en su momento cachetadas con guante blanco, que en nuestro caso de necesidad de diferencia debería referirse a guante mestizo. Amado Nervo leyó aquel poema en la Cámara de Diputados dedicado a Benito Juárez al que tituló “RAZA DE BRONCE” en 1902. Vasconcelos repetiría lo mismo en 1925, pero le daría una categoría distinta, al referirse con distinción de universalidad en su ensayo “la raza cósmica”, una visión de esta raza que somos. La raza de bronce es, para quien fuera el emblemático Secretario de Educación Pública en México, una forma de quinta raza, ya que poseemos tres ingredientes genéticos que además expresan un sentido universal de eso que es la humanidad. Las teorías de Vasconcelos atraviesan el optimismo que al parecer solo hemos obtenido a nivel intelectual, un modo de decir que no somos darwinianos, puesto que no caemos en la evolución y si en la inferioridad racial, de ahí que el también escritor mexicano haya intentado ideologizar, con el fundamento de una raza, que de distinta, ha hecho que todas converjan, y de esa forma termina trascendiendo e integrándonos, para dejar de ser salvajes. Somos LA RAZA, pero no lo hemos logrado.

Nada de esto es por gusto, claro está, ni siquiera por lo que ya sabemos, o leído antes o intuido. Vasconcelos estaba poseído de la época del germen nacionalista en México, pero también de esta necesidad de expresión identitaria que se puede establecer con mejores vítores en la figura de Alcides Arguedas, un boliviano que va a escribir una novela emblemática en 1919 que titularía “raza de bronce”, aunque la afina en 1944 en la temporada que pasa en argentina, hay que entender su significado desde esta primera etapa del siglo XX, y seguimos, dense cuenta,  con las supuestas coincidencias. En su novela, Arguedas, ubica a unos indios bolivianos en un viaje épico que finalizará con su exterminio por parte de europeos. Es una novela a la que hay prestar atención profunda, delicada y seria. Alcides no solo comprenderá el problema de su tierra natal: Bolivia, sino que pone sobre la mesa lo que sería una nueva categorización novelística que se conoce como: Novela indianista, que tendrá su auge sustancial entre la década de 1930 a 1940. Una novela que terminará denunciando y realzando el mundo cosmogónico, por ende lo mágico, lo irreal, lo maravilloso y será alimento, simiente del Realismo Mágico.

¿Seguimos peleando por ser esa quinta raza? No lo sé, ni siquiera puedo comprender si hay un interés real en serlo, o ya nos dimos por vencidos, o ya mejor nos convertimos en lo que quieren, o somos unos románticos todavía, o no somos raza, o ya mejor nos imponemos desde otro espacio, tiempo, sonido, ruido, movimiento, gesto, palabra, físico, mirada. Romántico era José Martí, aunque su escritura fuera modernista, en su carta inconclusa a su amigo michoacano Manuel Mercado, justo antes de morir, escribió algo que no pudo evitar nunca, ni siquiera imaginó por un momento las aventuras de los últimos acontecimientos, ya saben, me refiero a la visita de OBAMA a Cuba. Leeré el más famoso fragmento de esta carta.


… ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.




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