VINO O NO VINO
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MAYTE ACOSTA

Se nos ha dicho constantemente, que para demostrar nuestro profesionalismo, una de las cosas que tenemos que hacer es escribir científicamente, que la poesía, la metáfora son modos que no deben penetrar una reflexión seria, ninguna que esta sea. Entonces hay pocas cosas donde la poesía rifa para poder explicar ciertos y determinados fenómenos. Está claro que en el estudio de la poesía misma, la poesía explica a la poesía, pero para ello también hay recursos metodológicos, análisis científicos del fenómeno. Lo anterior entonces nos da permiso para decir que hay ciertos modos de cultura en que ambas maneras pueden explicar, comprender esa cuestión.

Por ejemplo, he estado en algunas catas de vinos y he escuchado los procesos agrónomos, químicos y físicos en los que la producción de vino se inserta. Pero cuando hablamos del resultado final no hay manera de expresar, o manera de que el otro entienda cuanta cantidad de clavos, frutas, alcohol, aromas X o Y se encuentran en el vino, como que es absurdo establecer que estoy probando: 5 miligramos de albahaca, 10 grados de alcohol, una gota de menta, tres cucharadas de azúcar, etc. Y entonces la poesía salva, y allí te das cuenta que en cada ciudadano habita un poeta en potencia. Una señora, una vez, que le preguntaron a que le remitía el vino que tomaba, en ese momento contestó: A mi infancia. El vino la mandó de regreso, fíjense ustedes, que la misma pregunta es alejada de todo lo que pueda ser científico. ¿a que te remite un vino? Equivale a ¿qué emociones se escaparon cuando ese pequeño sorbo detonó tus papilas gustativas? Supongo que habrá quien inventé un sentimiento determinado ante una pregunta tan ambigua como esa.

Supongo más, supongo, y lo he pensado, que en una cata de vino bien pudiera establecerse una especie de grupo de ayuda, ya que al contestar ciertas y determinadas cosas habrá quien muestre sus problemas psicológicos. Si al tomar una copa de vino me lleva a momentos buenos, como se supondría que supone el que pregunta, cabria entonces pensar que puede mandarme a lugares adonde no quiero regresar. Pero también habla de ciertas posturas interesantes, no se crean, a veces me he cuestionado: ¿qué demonios hace una caribeña en una cata de vinos? En el caribe no hay sembradíos de vid, lo poco que hay da unas uvas muy amargas, esto ya es científico, y esto no lo voy a explicar yo, amerita una clase con un especialista. Cuando intento contestarme me acuerdo de mi infancia, como la señora, la cual nunca explicó a que momento de su niñez la transportó el sorbito, yo si lo explicaré, es un defecto que tengo. Recuerdo que me crió una tía española y que en las tardes lo más parecido al vino que me brindaba, ya que el sol se nos iba, era un vermout o un jerez, fresquitos, con hielitos.

La verdad estoy ahí porque me encontré en México con el mundo del vino y lo que me agrada en realidad, mas allá de degustarlo, es su relación con la poesía. Es el vino parte de la historia del arte, porque es aquello simbólico que nos remite a los comportamientos duales del ser humano, el vino está relacionado con Dionisos, un dios totalmente diferente a Apolo, Dionisos nos remite a lo dionisiaco, es decir, al desorden, sus representaciones en el arte han sido constantes. En la mayoría de los procesos rituales de la historia de la humanidad han existido los sacrificios, de animales, de personas y se involucra la sangre, y estos principios se retoman en su relación del vino y la sangre, cuando hablamos de lo católico. Es el vino la sangre de Cristo, la sangre derramada de su sacrificio para la salvación de todos nosotros. Del vino podemos hablar demasiadas cosas en su sentido representacional. Pero hoy no, hoy nos importan las frases poéticas, todas ellas las he escuchado en los dizque elitistas ambientes vinícolas. Por ejemplo: Tiene un exuberante bouquet, los taninos refieren a un mundo floral, es un vino fuerte, es suave, es aromático, parece especiado, su alcohol es intangible, la botella está bonita, es un corcho de plástico no ha de ser bueno, tiene un número par es de buena cosecha, si es impar ni lo compres amiguis, está rebueno pal diario, con carnes detonaría los sabores de la sangre, el pescado que le queda es de océano, y el que más me gusta es cuando escucho: parece que es amaderado, no amanerado, aunque amanere la manera de comportarnos en un ambiente, que aunque me haga morirme de la risa, termina por seducir mi aliento, cubierto de todos los posibles y las esmeradas metáforas del mundo.

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