¡YO SÉ LO QUE VALE UN BONIATO!
PROGRAMA DE RADIO
MAYTE ACOSTA

Donde vivo no hay ruidos urbanos, los sonidos se cuestionan, sencillamente porque son las exclamaciones de la naturaleza. No sabes si fue un pájaro, o ese sonido que emiten los tlacuaches, en cambio, es mas fácil determinar lo que suena en la ciudad, o lo que llamamos mundo urbano. Las periferias en México tratan de comportarse como citadina, en cuanto que buscan en algunos oficios resolver las añoranzas de los barrios, de las calles, de las colonias, de una determinada cultura auditiva.

No es mi caso, no lo es, porque vivo en la punta del cerro y ahí no llega ni el lechero. Esto lo digo porque hay cosas que me pasan por la cabeza que nadie podría imaginar, en circunstancias, donde es tanto nuestro desapego a las emociones estéticas, que hemos perdido la fineza de escuchar el mundo. Así que ni quien se detenga a escuchar el sonido de un tren viejo que es a lo que suena el camotero. Un oficio tan antiguo como la propia composición étnica de este país, que aun de manera rústica avanza con su carrito cargado de leña, emitiendo el silbido que te lleva a la idea de una vieja estación de tren. Camoteros que no solo venden camote, pues también afloran plátanos de sus entrañas. Dicen que el plátano no es de aquí, es asiático, es raro que los chinos no tengan mucha costumbre de comer plátanos. Aquí no nos basta con lo dulce de la fruta, agarra el camotero el plátano, lo pone sobre una servilleta o plato desechable y dentro de una variedad intolerable de sabores extras, y extra dulces nos da a elegir: con leche condensada, con canela, con chocolate, con miel, con mermelada, asunto que también nos es solicitado que escojamos para el camote. Hay camoteros que hasta traen unas grageas de colores, para que se pinte de fiesta nuestro tubérculo o nuestra fruta, puede ser que escojamos ambas a la vez, generalmente no.

Lo que importa aquí es que cada día que pasa escuchamos menos al camotero lo que nos indica que existen grandes posibilidades de que sea un oficio en extinción, también comemos menos camote cada vez, y también es cierto que la cultura culinaria, con todo los desvíos, al menos en México, sugiere que hay preferencias por las cosas fritas y no pasadas por el vapor. El vapor, o aquello que se cuece en vapor suele quedarse neutro en el paladar, es decir, el camote ya no es tan dulce, como tampoco el plátano, quizá sea eso, quizá sea mil cosas. Lo interesante es que aunque el camotero es un fenómeno mas en relación con los barrios o los pueblos, su invisibilidad social se ha traspolado a las colonias adyacentes de las ciudades populosas, es posible que haya necesidad de sentir que no hemos perdido arraigos, que queremos oír los sonidos de la infancia; o que eso nos permite pertenecer a los que se supone, en suerte, pueden estar dentro de la urbanidad.

La pérdida de oficios en este México extraño cada día, es una sensación en pocos tangible, esto me hace recordar al despertador humano, un tipo que podía vivir de despertar gente con pedradas y palos en sus ventanas, porque no siempre ha existido el reloj con función de levantarnos a ruidazos. Imagínense decir en esta época que unos de tus antepasados fue un despertador, nadie entendería nada, como un día nadie sabrá que existía el oficio de relojero, este tipo minucioso que podía encordar, tocar piezas diminutas y volverlas a su sitio con la delicadeza de alguien que parece que trabaja con la superficie del agua, imagínense el día en que decirle a alguien, que andaba un tipo muy simpático por las calles, con un enorme artefacto para afilar cuchillos y tijeras, se convierta en literatura fantástica, imagínense el día en que no haya necesidad de escribir, porque quizá, no tengamos nada que decirnos.

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